Durante siglos, las comunidades campesinas han sido las verdaderas guardianas del maíz. Con paciencia y observación, aprendieron a seleccionar, cuidar y mejorar las semillas según la tierra, el clima y las estaciones. Esa sabiduría —nacida del trabajo cotidiano y del vínculo profundo con la naturaleza— es una forma de ciencia viva, transmitida de generación en generación.
Hoy, frente a los desafíos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad, las y los investigadores comprometidos con el campo están comprendiendo que la ciencia moderna no puede avanzar sola. Se necesita escuchar, aprender y trabajar junto a quienes conocen la tierra desde dentro.
En muchos rincones de México, científicos y campesinos están colaborando para preservar los maíces nativos, estudiar sus propiedades genéticas, fortalecer su capacidad de adaptación y difundir sus beneficios nutricionales. Esta alianza entre el conocimiento académico y el saber ancestral no solo protege la semilla, sino también la dignidad de quienes la cultivan.
Cuando la ciencia se une a la sabiduría del pueblo, florece un conocimiento que alimenta el cuerpo y el espíritu.
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