El maíz que hoy consumimos en tortillas, atoles o tamales no siempre fue como lo conocemos. Hace más de nueve mil años, en lo que hoy es México, los pueblos originarios domesticaron una planta silvestre llamada teocintle. Con paciencia y sabiduría colectiva, seleccionaron las mejores semillas, transformando con el tiempo esa hierba de granos duros y pequeños en la mazorca generosa que alimenta a millones de personas.

El maíz es más que un cultivo: es una herencia viva. Existen en México más de 60 razas nativas, con una diversidad de colores que van del blanco al azul, del rojo al negro, del pinto al cristalino. Cada una guarda una historia, una adaptación al clima y una cultura que la cuida.

Por eso, rescatar y sembrar maíces nativos no solo preserva la biodiversidad, sino también la memoria de los pueblos que lo han mantenido vivo generación tras generación.

El maíz no se inventó: se cultivó con amor, paciencia y comunidad.